Ava sentía que el mundo se tambaleaba a su alrededor. El arma seguía apuntando a Ethan y Harold no parecía dispuesto a bajarla.
Su mente estaba dividida en tres direcciones: el miedo de que algo le pasara a ella o a su hijo, la preocupación de que Ethan hiciera alguna locura, y la decepción amarga que le dejaba su hermano.
—¡Steven! —le espetó con furia contenida—. ¡Me prometiste que ibas… a dejar a esta gente!
Steven no contestó de inmediato. Rasguñó su nuca, mirando de reojo a Harold como si le pesara estar allí. Ava no sabía si quería golpearlo o abrazarlo. Bueno, más lo primero.
¿No había dicho que dejaría las malas juntas? ¿Por qué, cada vez que lograba saldar una deuda, entraba en otra? Estaba tan harta de eso.
Ahora Ethan sabía la verdad. Su jefe seguramente ya no tenía ninguna duda.
Steven no era un empresario exitoso ni trabajador. Era un parásito que había vivido a costa de ella por años. El mismo que se había metido con Harold, un tipo que encarnaba todo lo podrido del mu