Sin embargo, los ánimos de la familia Cooper Brown están elevándose poco a poco debido a la terquedad de la mujer que quiere retener a su esposo como sea a su lado, sin importarle las responsabilidades que este tiene tanto con ella como con sus padres.
Gabriel es un hombre responsable y muy sobrio en cuanto a relaciones se refiere. Es monógamo y solo piensa en el amor que siente por su esposa y anhela con ansiedad la llegada de su primer hijo, el cual es producto de su amor y la pasión que siente por la chica que conoció en la universidad y que aun sin terminar sus estudios se casó con ella.
— ¡Gabriel! — gritó la mujer furiosa con su esposo que no le presta atención a su disgusto ni a sus palabras — no quiero que viajes a Londres. ¡No quiero!
El hombre alto y de buen parecer se gira sobre sus talones y la mira con ojos amorosos y deja sobre el suelo la pequeña maleta de equipaje para acercarse a ella.
—Amor, Ana quiero que entiendas que este viaje es de negocio— le acarició la mejilla con amor. Él no entiende porque ella es tan celosa y desconfiada. El amor que él le profesa desde el momento que la conoció es limpio y sincero— tú no puedes acompañarme, no en tu estado.
La mujer se aleja furiosa del hombre.
—Crees que porque estoy embarazada no puedo acompañarte, ¡eso es mentira! — respondió la bella mujer— lo más seguro que vas a ir con esa escuálida asistente de pacotilla. Ella fue la que te llenó la cabeza de mentiras sobre que las mujeres embarazadas no pueden viajar en avión...
Él la miró y dejó escapar una larga bocanada de aire de sus pulmones antes de hablar.
—Solo cálmate— dijo sin acercarse y miró su reloj de manera impaciente. En unas horas saldría su vuelo para la ciudad donde haría un trato millonario y que lo pondría muy alto en los negocios empresariales y ella solo lo retrasaba por sus celos injustificados — solo me voy a demorar tres días y regreso a tu lado como siempre. Desde que te embarazaste estás más quisquillosa.
Ana Brown lo miró a los ojos y veía delante de ella a un hombre muy atractivo y que cualquier mujer moriría por tenerlo. Y eso era algo que ella jamás iba a permitir. No había logrado conquistarlo para dejarlo solo, y ahora por estar embarazada y poco atractiva, podría otra ganarse su corazón y alejarlo de ella.
—No quiero que vayas con esa mujer— dejó ver claro su incomodidad — has lo que sea, pero no vayas, quédate a mi lado.
—Ana, por favor— dijo molesto Gabriel al ver la terquedad de su bella esposa — si arruino este negocio me iré a pique con mi empresa. No quiero depender de los negocios de mi padre, acaso... ¿no puedes comprender lo importante que es mi sueño de ver crecer mi empresa?, la que he levantado con mis propias manos y esfuerzo.
Ella apretó las manos en los puños y fue tanta la fuerza que enterró las uñas en las palmas y no le importo el dolor.
—No es eso— dijo ella al ver que estaba llevando al hombre por otro camino— tus sueños son muy importantes para mí, pero yo también quiero estar a tu lado al momento de cerrar este negocio, yo quiero ser parte...
—Ana, tú ya eres parte de todo lo que tiene que ver conmigo. Eres la mujer que amo y la madre de mi hijo. Lo sabes desde el momento que nos casamos, solo te amo a ti y no hay otra mujer en mi vida que ni siquiera en mi pensamiento. Ahora lo único que quiero es tener mi empresa, la que mañana más tarde será la herencia de mis hijos, los hijos que solo quiero contigo.
Ella guardó silencio y meditó por unos minutos.
— ¿Te vas a alojar en el hotel que yo misma te busqué? — preguntó de repente y el hombre frunció el ceño al ver aquel cambio tan brusco.
—Si, en el mismo lugar donde tu hiciste las reservaciones— respondió con desconfianza— ¿Por qué?
Ella se acercó a él y le dio un beso amoroso y luego lo miró a los ojos con cierta malicia que hizo que el hombre se estremeciera.
— ¿Qué estás planeando? — preguntó.
— ¡Nada! — sonrió sin dejar de mirarlo. — Solo quiero que estes bien en esos días que vas a estar en Londres.
Los ojos de la bella mujer destellaban un brillo intenso debido a sus maquiavélicos pensamientos.