— Primero lo que urge, mi pequeña, no comas ansias, primero debemos visitar el pueblo, pensar qué hacer sobre la empresa
— La empresa, la empresa, bendito tema — lo interrumpí abrumada, pero no quería demostrar el miedo que me invadía.
— Sí, aunque quieras omitirlo, se debe hablar — intervino Lucrecia, y me sentí asediada.
— No perdamos más tiempo, debemos viajar a Godella en cuanto antes — dijo Eduardo incapaz de seguir ahondando en el tema; él me conocía bien, y sabía que me estaba empezando a incomodar y que no deseaba hablar de eso.
— Sabe si hay un vehículo que haga viajes a esta hora hacia el pueblo de Godella – me animé a preguntarle a un hombre que estaba ahí y que parecía ser buena persona, pues después de todo lo que habían estado diciendo solo quería llegar y finalmente descubrir que estaba pasando, enfrentarme a la verdad
— Sí, todavía queda una camioneta que podría hacerles el viaje — contestó mientras con su mano llamaba a otro hombre que estaba recostado en su vehículo. A Páter le pareció graciosa esa acción, él no estaba acostumbrado a ese ambiente, solo había viajado en sus autos de lujo y en aviones, pero la aventura que venía ahora aunque pareciera normal para Lucrecia, para Eduardo y para mí, para él se convertiría en algo divertido.
Nos acomodamos en la parte trasera del vehículo, y nos vimos totalmente ridículos con nuestras vestiduras tan formales, que se empezaban a llenar de la suciedad que ahí había. Páter se rio al verse de esa manera, contó que cuando fue por Lucrecia, él rentó un auto y pidió a una persona que lo guiara hasta el pueblo, pues no se animaba a llegar al pueblo de esta manera.
— Pues estas son las consecuencias de haberme seguido, y ahora te toca aguantarlo, guapo, que ahora ya no hay dinero — le dijo Lucrecia burlándose
— No me importa — repuso él con seguridad, mientras la abrazaba, nosotros nos reímos.
No había lujos ni riquezas, pero nuestro corazón estaba limpio de ataduras y rencores, y eso era más importante que ser millonarios. Eduardo contemplaba en silencio la grandeza de los llanos en los que tantas veces corrimos, y admiraba con vehemencia cada animalito que se cruzaba volando ante su vista, algo que en California no miraba, yo llevaba mi mano puesta en su espalda y él tenía su mano puesta en la barbilla, en señal de resignación, de asombro o de tristeza, por más que uno quisiera olvidarse de los recuerdos era imposible, y volver al sitio de donde lo arrancaron a la fuerza, era algo demasiado cruel y difícil de asimilar.
— ¿En qué piensas, Eduardo? — Preguntó Lucrecia y cada palabra resonó con tanta fuerza que en el silencio pareció irritante
— Pienso en el día que me marché de aquí y en la forma que cambié para volver de nuevo completamente distintos, dos transformaciones que no tiene explicación alguna — contestó con la voz cortada mientras apretaba sus ojos ante el viento que le golpeaba la cara
— Lo importante es no quedarse estancado nunca, hermano, ya ves gracias a todo esto estamos juntos, ahora yo también he conocido a esta mujer tan interesante – Dijo Páter sonriéndole a Lucrecia quien lo miraba con ternura, ella nunca había establecido ningún vínculo con ningún hombre por lo cual encontrarlo así de rápido y compartir más de cerca le había abierto los ojos y las emociones.
Los cuatro estábamos ahí, sin padre ni madre que nos consolara, solo nuestras almas juntas, en mutuo acuerdo y sintonía, por eso la vida de cada uno había sido trágica, porque así es cuando uno es huérfano.
— Lo importante es reconocerse así mismo, verificar nuestros errores no los de los demás y perdonar,perdonar, esa palabra grande y dolorosa que me cuesta pronunciar, perdonarse uno solo — contestó Eduardo con la voz contrita, llena de miedo, refutando lo que ellos acababan de decir
— Perdonar, sí, justamente eso, yo tuve que perdonar en silencio a quien más me hizo daño, porque odiar es más ponzoñoso — agregué con temor de recordar, sin mencionar el nombre de mi padre para no ocasionar molestias
Eduardo me miró, apretó los labios y me abrazó por la cintura — te amo, te he amado siempre – dijo y después me dio un beso en la mejilla con ternura
— También te amo – grité a viva voz en medio del enorme llano y el ruido de los pájaros, sonriendo extasiada o feliz, lo único que sé es que había paz en mi corazón, que por fin había obtenido el perdón de Eduardo, y que él también estaba intentando cómo sanar su alma, que antes estuvo llena de rencor y dolor.
— Finalmente sonríes de verdad – exclamó Lucrecia haciendo un gran esfuerzo para que su voz se escuchara en medio del sonido que emitía el viento y que golpeaba nuestra cara
— Porque ahora puedo compartir todo lo que soy y lo que tengo con el hombre que amo — Contesté sonriendo, afirmando lo que acababa de decir.
Llegamos por fin al pueblo, y todo pareció desierto, mi casa estaba cubierta de monte, por estar tanto tiempo abandonada, no llevábamos llave, ni Lucrecia ni yo la teníamos, me acerqué con temor, para verificar todo, pero para mi sorpresa me encontré la puerta totalmente abierta, Lucrecia, Páter y Eduardo me siguieron con sigilo al ver mi asombro, pues dentro de la casa no había absolutamente nada, todas mis cosas no existían, si siquiera los retratos de mi madre.
Solo pude sujetar la mano de Eduardo llena de furia, pensé en que quizás había sido víctima de un robo, quizá solo eso, intenté convencerme de que esa era la razón, pero Lucrecia me miró despreocupada, sus palabras se habían cumplido
— Te lo dije, cuando me fui todo quedó en orden, y no te han dejado nada
— No hay nada aquí — repetí absorta y a la vez molesta otra vez me sentía llena de ira porque de nuevo se me presentaba un acontecimiento desgastante que me quitaba la tranquilidad.
— Y no me asombraría que la empresa esté en las mismas condiciones — dijo Lucrecia entre dientes también llena de ira
— Tenías razón — Murmuró Páter confuso y yo lo miré impávida, sin fuerzas, sin ánimos de creerlo.
— Sí, Mary, ve a la empresa, si aquí todo está así, no me quiero imaginar qué ha pasado con la empresa — inquirió de nuevo Lucrecia, su fortaleza era lo único que me estaba sosteniendo.
—!Malditos! — exclamó Eduardo con rabia
— Malditos sean una y otra vez — refuté yo mientras las lágrimas ya mojaban mi rostro, me dolió no encontrar nada de mi madre, que se llevaran sus retratos, que no me dejaran ni una sola foto para recordar su rostro.
— Sí, malditos sean — Se unió Lucrecia a maldecirlos
— Ya no más, ya no más ¿Qué más le debo a la vida? ¿Qué? — grité furiosa, limpiando con rabia las lágrimas de mi cara que antes estuvo sonriente, Eduardo me sujetó con fuerzas antes que pudiera caer al suelo, grité cuantas veces pude y renegué contra todo
—Debes ser fuerte — Murmuró Lucrecia acercándose a mí para consolarme, para ayudarme a no decaer a no golpearme, pues estaba luchando contra lo poco que quedaba en la casa— Ya no, ya no quiero ser más fuerte, todo me lo han arrebatado, todo me lo han quitado, como si ser mujer fuera la mayor maldición para mí, como si finalmente mi padre tuviera razón y sus palabras se hicieran verdad, que si hubiera sido hombre mi vida habría sido distinta — grité con dolor, hasta que por fin caí al suelo.— Mary, mi amor — escuché decir a Eduardo desesperado mientras su cuerpo se abalanzaba sobre mí, intentando detener mi caída, pero yo ya reposaba en el suelo, completamente inconsciente, por el enorme dolor y lo fuerte que había sido para mí, tener que encontrar mi casa de esa forma.Lucrecia buscó en un bolso, un perfume, y en un trozo de tela colocó un poco, para ponerlo en mi nariz y hacerme reaccionar con el fuerte olor a alcohol inmerso en la fragancia. Eduardo me cargó en sus brazos y se sen
Lo primero que pensé fue en buscar la casa de Luis, ahí tenía que estar su familia, pensé, o encontrar al menos alguna pista. Era claro que lo presagiado por Lucrecia se había cumplido, que la cercanía de Magaly con Luis, no dejaría nada bueno.Cuando finalmente estuve frente a la casa de Luis, me sentí estaba cerrada y abandonada, grité una y otra vez intentando obtener una respuesta, pero todo era silencio. Esos mal nacidos, se habían hecho ricos con mi herencia, y era claro que se habían largado junto con su familia, quién sabe dónde, por eso en la vieja casa que habitaban, no había nada tampoco, igual que en la mía. — Señorita Mary — escuché una voz atrás de mí que me aterró, ya la tarde había empezado a caer, y aquel lugar se veía cada vez más oscuro y desolado. Eduardo, Lucrecia y Páter, no sabían siquiera dónde me encontraba, pues la casa de Luis estaba algo alejada de la mía. — ¿Quién es usted? — pregunté nerviosa mientras giraba mi rostro en dirección a la mujer, una vieje
Decidí finalmente levantarme cuando entendí que ya era demasiado tarde y que debía regresar, pues seguro debían estar muy preocupados por mí. Di unos cuantos pasos en dirección a mi casa, o más bien a lo que quedaba de casa, y me encontré a Eduardo, quien había salido a buscarme.— Mi amor, dónde te habías metido, estaba demasiado preocupado por ti, siento que un minuto lejos de mi lado es como una eternidad — gritó Eduardo abalanzándose a mis brazos, dispuesto a mi encuentro, su cuerpo era lo único que necesitaba para sostenerme para tener fuerza y poder continuar. Ahora él estaba conmigo, pero siempre la vida, nos estaba poniendo las cosas difíciles, cada vez aparecía en nuestro camino un sufrimiento más.— Nos robaron — repetí una y otra vez en completa desolación— Sí, eso es claro, pero no debiste venir hasta aquí sola, ya nada puede solucionarse respecto a eso, hace demasiado frío, volvamos a casa — definió él intentando mantener la cordura y la paciencia conmigo, pese a que lo
— Te juro, mi amor, que por nuestro amor, que por lo que nos hicieron, esta vez voy a triunfar encima del mal — le aseguré— Mary, tú sabes bien que la venganza no deja nada bueno, y te lo digo yo, que tú más que nadie conoce lo terrible de eso — repuso él nervioso, pude sentir en su voz el miedo de que yo pudiera convertirme en un ser despiadado, pero eso no estaba en mi corazón, ni en mi forma de ser.— No, no voy a vengarme, voy a hacer lo correcto, lo más justo — volví a afirmar para que no se preocupara por lo que pretendía hacer— ¿Cómo vas a lograrlo? No sabes nada de ellos, no van a regresarte el dinero — dijo Eduardo incapaz de querer luchar por eso, pues para él no era algo importante, él tenía dinero suficiente, pero yo quería demostrarle a esos dos que no iban a burlarse de mí tan fácilmente— Buscaremos a la policía, ellos se encargarán de buscarlos, de encontrar sus pistas, en el aeropuerto alguien deberá darles información sobre su viaje, como me la dieron a mí cuando b
— Es algo con lo que estás completamente relacionada, Mary, y solo lo diré, si estás dispuesta a escucharlo, ya te he advertido que va a doler demasiado, y ya suficiente tienes en la vida como para echarle más limón a la herida — dijo la mujer y empecé a desesperarme, Eduardo se acercó más a mí, para detenerme, me agarró de las manos para controlar mis impulsos— Dígalo ya — exigí mientras Lucrecia suspiraba y temblaba de miedo, yo también tenía miedo— La verdad, MaryCarmen, es que esa mujer que abandonó a Lucrecia, es tu madre — dijo finalmente la mujer, y en ese momento mis vellos se erizaron, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mis piernas flaquearon, yo admiraba a mi madre, la amaba con mi ser, y escuchar eso me había partido el alma, porque siempre maldije a la mujer que abandonó a Lucrecia, y no podía creer que mi madre, mi propia madre, hubiera sido capaz de tal acto, y que encima sabiendo que era su hija la hubiese recibido en casa y en cambio de darle amor la hubiese pues
— A construir nuestro nuevo destino — repuse yoCuando llegamos a casa, los cuatro tomamos una ducha, arreglamos nuestras maletas nuevamente, y salimos, caminamos sin rumbo. Fuimos hasta la iglesia, para saludar al padre Adonis, que siempre nos había apoyado, y que siempre quiso que estuviéramos juntos desde que éramos novios.— padre, hemos vuelto — dijo Eduardo sorprendiéndolo por la espalda mientras este limpiaba unas imágenes de los santos— Eduardo, querido, Eduardo — exclamó él, abrazándolo efusivamente, cuando me miró su sorpresa fue mayor — Díganme por Dios, que finalmente están juntos — dijo alegre— Lo estamos, padre, a pesar de todo, hemos vencido las barreras — contestó Eduardo tomándome de la mano.— Si ustedes quieren los caso ahora mismo — dijo él sonriendo. Eduardo me miró sorprendido, animado a hacerlo, pero yo quería casarme de otro modo, yo quería que mi boda fuera algo más especial— No, padre, cuando nos decidamos volveremos, por ahora debemos marcharnos, este lug
Mi padre llevaba seis meses en la cama de un hospital, acribillado por una terrible leucemia, lamentablemente, a como decía él, no había podido tener un hijo varón que se responsabilizara de su empresa en la que cultivaba y exportaba fresas, y solo me tenía a mí, una mujer totalmente encaprichada y contraria a la sumisión, y que, sin embargo, me había dedicado a cuidarlo con total esmero desde el inicio de su enfermedad, pues mi madre había muerto hacía ya más de dos años, si él moría era claro que me convertía en la única heredera de todo lo que tenía. Esa mañana me tomó la mano con tristeza, pero sus ojos revelaban un deseo de imposición sobre mí -Debes casarte por contrato con el dueño de la empresa con la que estoy endeudado o te quedarás en la ruina, es la única forma de salvarte - Dijo con seguridad como si tuviera la garantía de mi aceptación, por supuesto que eso pensaba porque la mayoría del tiempo había querido obligarme a hacer lo que él deseaba sin importarle mis sentimi
— No, Lucrecia, voy a casarme, a Eduardo ya no podré encontrarlo — logré decir totalmente absorta— No lo hagas, Mary — Me advirtió — No te puedes casar sin amor— La palabra boda me aterra, Lucrecia, me hace remover mi pasado y otra vez pensar en Eduardo, hoy lo necesito tanto, sé que si viviera conmigo nada de esto estaría pasando, pero se fue por culpa de mi padre que ahora ha muerto y no me dejó ni una sola pista del lugar al que lo obligó a irse, y sé que ya no podré encontrarlo — Dije llorando y completamente desesperada — Algún día podrán reencontrarse, tengo en mí un presentimiento que me lo grita — Comentó Lucrecia para que me tranquilizara, ella creía mucho en las casualidades — Ya no hay esperanza, Lucrecia, todo ha muerto con mi padre, incluso mi propia vida, que más que vida parece muerte — Alegué completamente frustrada y agotada de vivir esperando que algo bueno me sucediera La luz de la sala era tenue que yo ya me veía cubierta de negro, así me sentía el alma complet