A la mañana siguiente, la luz del sol se filtraba con pereza entre las cortinas del dormitorio. Luciana se despertó con los brazos de Dylan rodeando su cintura, su respiración cálida contra la nuca. Por un instante, se permitió olvidar la montaña rusa de emociones del día anterior. Pero entonces, lo recordó todo.
Giró lentamente para mirarlo. Dylan estaba profundamente dormido, el entrecejo levemente fruncido incluso en el descanso. Su mano descansaba suavemente sobre el vientre de ella, como si su cuerpo ya supiera lo que su mente aún intentaba asimilar.
Luciana suspiró.
—¿Cómo vamos a hacer esto...? —murmuró apenas.
—¿Cómo hacer qué? —dijo Dylan con voz rasposa, sin abrir los ojos.
Ella se sobresaltó.
—¡Pensé que dormías!
—Duermo, pero soy padre ahora. Mi instinto se activa con cualquier susurro dramático.
Luciana bufó y se llevó una almohada a la cara.
—No empieces otra vez con las bromas.
—Está bien. No más bromas. Solo… tengo una pregunta.
—¿Cuál?
—¿Estás bien?
La si