El día amaneció templado en el rancho. La brisa del campo acariciaba los ventanales abiertos de la casona, y aunque el jardín aún mostraba las huellas de una boda que había deslumbrado a todos, el ambiente era tranquilo. Demasiado tranquilo para una despedida.
Luciana caminaba de la mano de Dylan hacia la entrada principal. Sus maletas ya estaban listas en el auto, y los vehículos que los llevarían al aeropuerto esperaban en fila, con sus custodios discretamente apostados cerca. Aunque la boda había sido un evento majestuoso, ni ella ni Joaquín permitieron que la prensa pusiera un pie en el lugar. Todo había sido hermético. Privado. Casi sagrado.
Pero el regreso a la realidad ya estaba llamando a la puerta.
Clarisa, como siempre impecable con sus vaqueros ajustados y una blusa beige, salió al porche para despedirlos. Joaquín la seguía, con sus lentes de sol en la cabeza y esa expresión entre cansado y satisfecho que solo él sabía lucir.
—¿Listos? —preguntó Clarisa, abrazando prim