La fiesta había terminado con la misma elegancia con la que había comenzado. Las luces del salón aún parpadeaban suavemente mientras los invitados bailaban o conversaban en pequeños grupos, rodeados de risas, copas de vino y arreglos florales que desprendían un aroma dulce e hipnotizante.
Luciana y Dylan habían logrado escaparse sin que nadie los detuviera. Caminaban de la mano por el pasillo de la gran casa, entre susurros cómplices y miradas que decían más que cualquier palabra.
Apenas cruzaron el umbral de la habitación nupcial, Dylan se detuvo, la miró con una sonrisa cargada de intención y, sin darle tiempo a reaccionar, la tomó entre sus brazos.
Luciana soltó una carcajada sorprendida.
—¡Dylan! ¿Qué haces?
—Creo que así es como se debe ingresar —murmuró él, acomodándola con cuidado contra su pecho.
—Eso es al entrar en la casa, no en la habitación —respondió ella entre risas.
—Ups —susurró él, sin dejar de caminar hacia la cama.
Ella no protestó. Se aferró más fuerte a