La entrada a la empresa nunca había sido tan silenciosa.
Dylan atravesó el lobby caminando junto a Luciana, vestido con unos vaqueros oscuros, una camiseta gris ajustada y una chaqueta de cuero que claramente no pertenecía a su habitual uniforme de trajes impecables. Su cabello aún conservaba un desorden rebelde que ninguna mano apresurada había podido domar, y su andar relajado era casi desconcertante para quienes lo conocían.
Los empleados, acostumbrados a verlo como una figura intocable, lo miraban disimuladamente por encima de sus computadoras, unos con sorpresa, otros intercambiando miradas cómplices.
Pero lo que realmente terminó de romper todo esquema fue verlos en el ascensor.
Luciana y Dylan, lejos de mantener las formas, reían a carcajadas por algún comentario que ella le había susurrado al oído. Dylan, sin poder contenerse, la abrazó por la cintura y la atrajo un poco más hacia sí, haciendo que ella soltara otra risita nerviosa.
Cuando el ascensor se detuvo en su piso,