Guille
Amanecí con el cuerpo todavía envuelto en la dulzura y frescura de la noche ardiente con mi esposa y la cabeza llena de planes.
Gala quedó en casa, insistió en llevar a Juana a la escuela y después ir a la universidad.
Me despedí con un beso rápido en la frente, que luego se volvió un manoseo detrás de la puerta. Era imposible dejar de saborear sus labios, sentir su cuerpo temblar por unas caricias sobre su piel.
Pero debía salir de casa o no llegaría más al gimnasio. Así que la besé por dos segundos más antes de soltarla, y salí a la calle con la sensación de que el mundo, por fin, estaba de nuestro lado y éramos indestructibles.
Apenas llegué al gimnasio, noté que había obreros trabajando en la fachada. Habían sacado la pintura vieja y el cartel oxidado que estaba a un lado de la entrada. Saludé y seguí mi camino para alistarme.
Me vendé despacio, respirando al compás de una canción que sonaba de fondo. Tomé la cuerda y comencé con un calentamiento previo. Después de unos