Arturo
Me gustaba trabajar de noche.
La ciudad se me abría en el ventanal como un tablero de ajedrez, y yo podía mover las piezas sin que nadie estorbara.
La lámpara de cuero lanzaba un cono de luz exacto sobre los papeles; el resto quedaba en penumbra. El hielo tintineó dentro del vaso cuando incliné el whisky. Todo en su sitio. Orden y control.
La puerta se abrió de golpe sin que yo autorizara y eso ya me molestó.
Entró Héctor hecho un huracán de ira. Mandíbula tensa, los nudillos aún amoratados de su última exhibición. Cerró de un portazo que hizo vibrar el vidrio de los ventanales.
No retiré la mirada del documento que estaba revisando. Me he ganado el respeto de hombres más peligrosos que él por no conceder el primer movimiento.
—¡Dijiste que me la darías! —escupió, a modo de saludo—. Soy tu mejor luchador. ¡TE LLENO LOS PUTOS BOLSILLOS! ¡Y TÚ LA DEJAS ESCAPAR CON ESE MALDITO PERRO MUERTO DE HAMBRE!
Firmé, dejé la pluma en su lugar y sólo entonces levanté la vista. Guardé un s