Gala
La mañana había empezado como cualquier otra desde que me había casado con Guille.
Levanté a Juana, le trencé el cabello como ella me pidió y juntas salimos hacia la escuela. Ella hablaba sin parar sobre un trabajo de ciencias, con esa alegría que iluminaba hasta los días más grises.
En la puerta del colegio se giró para abrazarme con fuerza.
—Nos vemos después, Gala.
Le devolví el abrazo, besándole la frente. Ese gesto me daba un motivo más para sonreír cada día.
—Te quiero, chiquita.
—Yo también.
La vi correr hacia la puerta, su mochila rebotando en su espalda y su sonrisa intacta en sus labios. Guardé esa imagen en mi memoria como un amuleto de la suerte, un recuerdo que volvería a ver después para sentir paz.
La universidad me recibió con el ruido de siempre, y por un momento sentí alivio. Había estado ausente unos días con la excusa de mi reciente matrimonio, un detalle que nadie sabía de verdad, y extrañaba la normalidad de los pasillos, del movimiento continuo.
Julieta y