capitulo 3

Estaba sentada en el piso de mi casa, frente a la televisión, con una bolsa de frituras sobre las piernas.

Veía una maratón de Bob Esponja.

El timbre de mi casa sonó, robándome la paz y la tranquilidad. Decidí ignorarlo, porque no quería levantarme; sin embargo, volvió a sonar varias veces más, provocando que lanzara un gruñido.

A regañadientes me puse de pie y caminé hacia la puerta.

Juro que si es una de esas personas que ofrecen champús milagrosos para hacer crecer el cabello en una semana —lo cual es falso—, le doy con una piedra en la cabeza por interrumpir mi sagrada hora de caricaturas.

Abrí la puerta y, al ver a la persona que aguardaba afuera, sentí el impulso de cargar el refrigerador y estampárselo en el rostro.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sin rodeos.

—Pues…

Su mirada viajó a mi cuerpo, desde mis pies descalzos hasta mi desaliñado cabello. Volvió a recorrerme con la mirada, pero esta vez se detuvo en una parte de mi cuerpo y tragó fuerte.

Bajé la mirada y solo hasta ese momento recordé que llevaba unos shorts muy cortos y una blusa de tirantes un poco transparente. Me sonrojé al instante, pues al parecer había olvidado que no llevaba brassier y mis pechos se reflejaban.

Inmediatamente crucé mis brazos sobre mis pechos, cubriéndolos.

—¡Deja de mirarme, pervertido!

Él sacudió la cabeza. —Lo siento.

Iba a gritarle y soltarle unas cuantas maldiciones, pero me reprimí de hacerlo cuando vi pasar a la señora Cristina. Inmediatamente jalé el brazo de Jeremy y lo hice entrar a la casa, pero cuando lo solté, él perdió el equilibrio y cayó de cara al suelo.

—¡Uy! —hice una mueca.

Eso en verdad debió doler.

Jeremy se levantó sobándose la frente y, enfadado, indagó:

—¡¿Puedo saber qué demonios te pasa?!

—¿No viste a la señora Cristina? —inquiri; él me miró raro—. Esa señora es muy metiche; si te hubiera visto aquí, seguro le diría a todo el vecindario que eres mi novio e incluso que estoy embarazada… Y ahora dime, ¿qué haces aquí?

—Quedamos de estudiar hoy a las 4:00 p. m. —recordó—. No me digas que no lo recuerdas.

M****a. Estudiar. Lo olvidé.

—Nop, solo… ¡Argh! ¿Para qué te doy explicaciones? —empecé a caminar hacia la sala—. Ven, siéntate, iré arriba un momento.

Él asintió y obedeció.

Subí a mi cuarto rápidamente, me puse un sostén y volví a bajar. Cuando llegué a la sala, encontré a Jeremy sentado en el sillón, abrazando su mochila; parecía un conejito asustado.

Me acerqué y me dejé caer de golpe en el sillón. Él pegó un respingón a mi lado.

—Bien, ¿qué materias no entiendes para así centrarnos en ellas? —preguntó, empezando a sacar sus libros y apuntes.

—Pues todas —sonreí inocente.

—Sí, eso lo sé —rodó los ojos—, pero me refiero a una en especial, una que no entiendas ni un poco.

Llevé mi mano a mi barbilla y me puse a pensar.

Veamos… literatura la entiendo muy bien; historia me cuesta mucho; química… pues digamos que la otra vez casi exploto el laboratorio.

No me puedo decidir… ¡Ah, sí! Claro, ya sé. Esa que nos cuesta casi a todos y para algunos es muy fácil…

—¡Matemáticas!

Jeremy rodó los ojos.

—Claro, ya me lo imaginaba.

Saqué mis apuntes y empezamos a estudiar desde el inicio del libro porque yo no entendía nada, y juro que, si no tuviera chantajeado al nerd, el chico ya me habría pegado con el libro en la cabeza.

—Entonces, ¿cuáles son las propiedades del álgebra? —preguntó. al ver que no respondí suspiro con evidente fastidio—. Emilia, te lo acabo de decir.

—¿Me lo dices otra vez? —respondí inocente.

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