capitulo 4

Jeremy se dio con el libro en la cabeza y soltó un chillido de frustración.

—Emilia, ¡ya te lo dije tres veces! —exclamó desesperado.

—¡¿Y qué te cuesta decírmelo una vez más?! —grité también—. ¿No ves que tengo memoria a corto plazo?

Jeremy negó con la cabeza repetidas veces y luego se quitó los lentes, dejándolos sobre la mesita de tareas.

Se veía tan sexy con esos lentes, y sin ellos se veía aún más lindo.

Sacudí la cabeza y esfumé esos pensamientos.

¿Qué diablos estoy pensando? Tengo hambre. Sí, debe ser por eso; el hambre me hace alucinar.

Me levanté del sofá.

—¿Tienes hambre? Puedo prepararte un sándwich, o si quieres te traigo un refresco. Tengo jugo de naranja también.

—Un refresco, por favor.

Asentí y caminé hacia el refrigerador. Saqué un refresco de limón y tomé un poco de jugo de naranja en un vaso.

—Aquí tienes —le entregué su refresco.

—Gracias.

—Ajá, como sea.

Jeremy empezó a beber de su lata.

—Emilia, estás muy perdida en matemáticas. Deberías estudiar más.

¿Estudiar? No, gracias.

—Sí, está bien, lo haré —respondí.

Obvio no lo haría.— Solo no prometo entender nada.

—Oye, te ves diferente —mencionó, apuntando mi ropa—. Te queda mejor que el estilo “soy una chica mala, no te metas conmigo”.

—¿Eso refleja mi estilo? —pregunté.

Asintió con la cabeza.

—¡See!

Sí, ya sé lo que piensas: uso ropa negra, estilo gótico, mi cabello es de varios colores sombríos, estoy llena de piercings y tatuajes, tengo una motocicleta y golpeo a quien se me ponga de frente.

Pues no.

La verdad es que sí me gusta la ropa de colores sombríos, mi cabello es castaño, solo tengo un piercing en el ombligo y un tatuaje en mi brazo. Tengo motocicleta y no golpeo a cualquier ser que se me ponga de frente. Bueno... solo a veces, pero ¿quién es perfecto en este mundo?

Exacto, nadie.

Seguimos estudiando un rato más. Ahora mi tortura era historia. Jeremy estaba a punto de quedar calvo de tanto pasarse las manos por el cabello, y yo juro que podía ver el humo saliendo por mis orejas y podía oler el olor a quemado. Mi cerebro se estaba cocinando.

En serio quería entender lo que me explicaba, pero cuando lo hacía alguna canción aparecía en mi mente y empezaba a cantarla, olvidando por completo mi concentración. Además, cada vez que intentaba retener algo en mi cabeza, mi cerebro mandaba un: “espacio insuficiente”.

—Por favor, dime que sí entendiste —suplicó Jeremy—, porque si me dices que no, voy a salir por esa puerta —señaló la puerta—, voy a correr a la calle y voy a esperar que un auto me atropelle.

Dramático.

—Descuida, ya entendí todo. No soy burra.

Mentira. No entendí nada.

—¡Gracias a Dios! —exclamó, alzando los brazos al cielo.

Doble dramático

Rodé los ojos.

Iba a arruinar su felicidad y decirle que en realidad no entendía nada, pero la puerta principal se abrió de golpe, haciéndonos girar sobresaltados.

Mi madre entraba con muchas bolsas de compra en sus manos y dientes. Dejó las bolsas en el suelo y nos miró sorprendida.

—¡Ardillita, trajiste a un chico a la casa! —exclamó eufórica— ¡Hola, mucho gusto, soy Irma, la mamá de la ardilla!.

Genial. ¿Por qué tenía que llegar justo en este momento y avergonzarme?

—Hola, mucho gusto, señora. Yo soy Jeremy Renner, compañero de clases de… —me miró esbozando una sonrisa maliciosa— la ardillita.

Yo lo mato. ¡Agárrenme que lo mato!

—Me da mucho gusto que traigas amigos a casa —celebró mi madre—, solo recuerden usar protección, ¿sí?

El rostro de Jeremy y el mío se encendió de forma inmediata.

—¡Mamá, estás avergonzándome! —grité furiosa.

—¡Es mi deber, cariño! —canturreó antes de dirigirse a la cocina.

Giré mi rostro, sonrojada, hacia Jeremy y pude observar que él también estaba sonrojado.

—Ignora a mi madre, ¿sí? Ella… está chispeante y a veces no sabe cuándo callarse.

—¡Estoy escuchando, Emilia! —gritó mamá desde el interior de la cocina.

—¡Lo sé, mamá! —grité de vuelta.

—Es muy agradable —dijo Jeremy— Todo lo contrario a ti.

¡Desgraciado!

Hice una mueca, a punto de saltar sobre él y estrangularlo.

—Bien —miró su reloj de muñeca—, ya es hora de irme a casa, pero te veo mañana en el instituto. Te veré en el descanso, en la biblioteca.

Asentí.

Espera, ¿qué? ¿Biblioteca? ¿por queeeé?

Jeremy recogió sus cosas y las guardó en su mochila.

—Adiós, señora Irma —se despidió.

—¿Ya te vas? —preguntó mi mamá, saliendo de la cocina.

Jeremy asintió.

—Que te vaya bien, muchacho, y por favor, vuelve pronto

Jeremy sonrió y enseguida caminó hacia la puerta. Antes de salir, giró y dijo, malicioso:

—Adiós, ardilla.

Tomé uno de los libros de tareas de la mesa y se lo lancé, pero el desgraciado salió justo antes de que el libro se estampara contra la puerta.

—Me agrada el chico —comentó mamá detrás de mí—. Es guapo y estudioso. Perfecto para ti.

—¡Puaj!

Ella soltó una carcajada.

—Deja el dramatismo y ven a ayudarme con la cena.

Suspiré, derrotada, y la seguí a la cocina. Me senté en la isla mientras ella se ponía a cocinar.

—Mamá, ¿trajiste la leche del minino? —pregunté—. Anoche no me dejó dormir. Le di un poco de queso, pero ni lo tocó.

—Sí, la traje —respondió, apuntándome con el cucharón—. Consientes demasiado a ese gato.

Me encogí de hombros.

—Mañana voy a estudiar en la biblioteca de la escuela —dije mientras hacía rulos con mechones de mi cabello.

Mamá soltó una carcajada tan fuerte que casi se le cae el cucharón.

—Tú… estudiar… en la biblioteca —repitió entre risas—. Sí, claro. Y yo soy actriz de telenovelas

—¡Mamá! Es en serio —insistí—. Deberías considerar obsequiarme un auto. Me motivaría más.

Sus carcajadas fueron su única respuesta.

Cuánta crueldad.

De repente, un exquisito olor invadió mis fosas nasales. Me levanté, guiada por ese aroma celestial, y me acerqué para ver qué preparaba. Una deliciosa pasta.

Metí el dedo en la olla para probar un poquito, pero mamá palmió mi mano en un movimiento ninja.

—¡Oye!

—Espera a que esté listo o te doy menos —me advirtió con mirada asesina.

Hice una rabieta y regresé a sentarme a la isla, torturada por el olor pero sin poder probar nada.

Ignorada por mi madre y aburrida, me bajé del asiento y caminé hacia la sala. Aprovechando que la cena aún no estaba lista, hice lo que jamás pensé que haría.

Así es...

Me puse a estudiar matemáticas.

Ya puede llover dinero, ¿no?

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