El olor a desinfectante seguía pegado a mi ropa, recordándome dónde había estado y lo que había sucedido. Cada paso que daba por el pasillo del hospital era un eco de mi propia culpa, de ese miedo silencioso que me gritaba que debía desaparecer antes de que alguien encontrara el cuerpo de Matteo. Si me descubrían allí, si un enfermero entraba en la habitación, si alguien me relacionaba con su muerte… mi hija y yo estaríamos perdidas.
El corazón me golpeaba con fuerza mientras avanzaba por los pasillos en penumbras, evitando el contacto visual con cualquiera. Mi bata de paciente colgaba sobre mis hombros, y debajo llevaba la ropa arrugada que me habían devuelto cuando ingresé. Era casi ridículo: una mujer embarazada, en fuga, escapando del hospital como una sombra.
Al llegar a la salida de emergencias, el frío de la madrugada me golpeó el rostro. El aire helado me supo a libertad y a condena al mismo tiempo. Crucé los brazos sobre mi vientre, protegiendo a mi hija como lo había hecho s