El eco metálico de una puerta abriéndose me despertó de la pesadilla en la que había pasado toda la noche. El sucio depósito en la mañana estaba húmedo, oscuro, con las paredes oxidadas y el aire cargado de polvo. Todo eso me causaba una repulsión insoportable. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero mis muñecas estaban en carne viva de tanto luchar contra las ataduras. Aun así, seguí tirando de la cuerda, una y otra vez, hasta que la piel ardía y los dedos se entumecían. El miedo era un veneno, pero mi instinto de supervivencia era más fuerte. Tenía que liberarme, tenía que hacer algo.
Las voces llegaron primero, graves, secas, mezcladas con el ruido de botas pesadas arrastrándose por el piso. El corazón me dio un vuelco cuando lo vi: Luca. Mi Luca, entrando solo como había prometido, con esa presencia que dominaba incluso el infierno. Caminaba con la espalda recta, los hombros firmes, y los ojos como cuchillas de acero. No había armas en sus manos, pero cada paso suyo era un desa