El eco de mis pasos resonaba en la escalera principal de la mansión, ese monstruo de mármol que parecía diseñado para intimidar. Las lámparas colgaban sobre mí como coronas pesadas, y cada peldaño parecía extenderse más de lo necesario. Tal vez era el cansancio acumulado, o las pocas horas de sueño debido a mis noches en vela pensando en Luca, y en mis fallidas inseminaciones; pero el mareo me golpeó de repente, como una ola oscura que me cubrió de pies a cabeza.
El mundo giró, los bordes de mi visión se desdibujaron, y mis rodillas flaquearon. Sentí cómo mi cuerpo se inclinaba peligrosamente hacia el vacío. El vértigo me arrancó un grito ahogado, pero antes de que el suelo me reclamara, unos brazos firmes me sujetaron.
—¡Aria! —su voz, grave y dura, explotó a mi lado.
Abrí los ojos apenas un segundo, lo suficiente para ver el rostro de Luca tan cerca que el aire entre nosotros parecía quemar. Sus manos, fuertes y decididas, me apretaban contra su pecho. Podía sentir la tensión de