El viaje hasta la casa de Arturo, había sido un borrón de furia ciega. Un rugido sordo en mis oídos que ahogaba cualquier razonamiento. El Aston Martin parecía una extensión de mi rabia, tragándose las calles como si ellas también fueran culpables. No recuerdo estacionar. No recordo cruzar el jardín impecable. Solo recuerdo la puerta de roble macizo cediendo ante mi embestida, un crujido que sonó como el quiebre de un hueso en el universo ordenado de ese cerdo.
Él estaba en el estudio, bebiendo un coñac que valía más que su dignidad. Al verme, sus ojos no mostraron miedo, solo una irritación de propietario molestado.
—Valentina Moretti. Qué… intrusión. —Su voz era untuosa, igual que sus manos.
—Sofía, —escupí su nombre, y fue como soltar un grillete. Mi cuerpo entero temblaba, pero no de miedo. Era el voltaje de la ira, pura y sin filtrar.
Él sonrió. Una sonrisa pequeña, condescendiente.
—Ah, la chica. Una situación lamentable. Pero ya está solucionada, ¿no? Un matrimonio arregla muc