Amaneció gris otra vez. La lluvia había cedido, pero el cielo seguía denso, casi metálico, como si las nubes retuvieran todo lo que no se atrevía a caer. Desde la ventana del dormitorio, podía ver el jardín empapado, las ramas pesadas y los charcos que reflejaban el gris del amanecer.
Había algo en el aire… algo que no pertenecía a la calma.
Luca no había dormido. Sus pasos habían resonado en el pasillo durante toda la noche, y a ratos se escuchaba su voz baja dando órdenes por teléfono. Cuando bajé, lo encontré en la cocina, con la misma ropa de la noche anterior, un café frío en la mano y la mirada fija en la ventana.
—¿No has dormido nada? —pregunté.
—No podía —respondió sin apartar la vista del exterior—. Tenía que aclarar algunas cosas.
Sobre la mesa había un sobre cerrado con el sello de un laboratorio. El pulso me dio un vuelco.
—¿Qué es eso?
—Una prueba de paternidad —dijo sin rodeos.
El silencio cayó como un golpe seco entre nosotros.
—¿La hiciste sin decirme?
—No quería habl