La lluvia que había estado cayendo sin descanso, se detuvo a medias. Aún estaba nublado y relámpagos rompían la serenidad. Como si el cielo se resistiera a olvidar tan fácilmente lo que sucedía.
Cuando me asomé fuera del despacho, el reloj del pasillo marcaba las seis de la mañana, y el sonido del péndulo era el único que acompañaba mis pasos en el corredor. No había dormido. Ni Luca tampoco.
El ambiente estaba cargado, espeso, como si cada rincón de la casa respirara un aire nuevo, más pesado… más hostil. Algo se movía entre nosotros, algo invisible pero tan presente que podía sentirlo en la piel.
Al final, Luca se había quedado dormido en el sofá del despacho, agotado. Sus dedos aún sujetaban algunos documentos y su respiración era irregular. Lo miré un momento, en silencio. La luz tenue de la lámpara dibujaba sombras en su rostro. Esa expresión suya, la que aparecía cuando dormía, era una de las pocas cosas que me recordaba los buenos tiempos. Deslicé mi mano suavemente por su