—José, no me pegues más, yo tampoco lo haré... Si me pegas... me dolerá demasiado, me dolerá durante mucho tiempo, yo no... no quiero...
Nadia temblaba sin cesar mientras se abrazaba temblorosa a las cortinas en el rincón. José, al verla tan desorientada, sintió una mezcla inexplicable de sensaciones, un fuerte enojo pincelado con una gran impotencia.
Nadia no se atrevía a hablar, solo se acurrucaba más y más en el rincón, como si quisiera meterse dentro de ella.
—Seré muy buena y obediente. Soy una tonta, ya no pelees más conmigo...
Nadia ya no se atrevía a mirarlo, ni siquiera sabía por qué José estaba tan enojado y no quería que la volviera a encerrar en esa pequeña y oscura habitación. Tenía demasiado miedo.
Y entonces... ¡Bang! El repentino sonido de la puerta cerrándose sobresaltó al instante a Nadia. Cuando levantó la cabeza para mirar, él ya se había marchado. Miró tímidamente hacia la cama y recordó en ese momento la feroz mirada de José, la cual le traía recuerdos de los abus