Hace 5 Años
La recepción de la boda debería haber sido el comienzo de una alianza — dos familias fusionando su poder en uno, lo mejor de Beverly Hills alzando copas por el futuro. En cambio, Sebastián Moretti escupió sobre la cortesía de todo y se marchó como si el mundo le debiera una disculpa. Murphy Donovan sintió el desaire como un puñetazo en las costillas. Durante veinte años había maniobrado por el favor de Moretti: cenas, cumplidos, acuerdos disfrazados de amistad. Esta noche, ese esfuerzo no significaba nada.
Murphy estaba sentado en el silencio sombrío de su salón privado, el aire pesado con humo de cigarro y el polvo invisible del orgullo herido. Removió el brandy en una copa de cristal hasta que el líquido pintó lunas lentas en el vidrio. Pensó en titulares que una vez prometieron una dinastía: su hija vinculada al heredero de Moretti. La imagen de dos nombres entrelazados — Donovan–Moretti — había abierto puertas, aflojado bolsillos. Pero Sebastián ya había decidido que e