No se movió durante un largo momento. Solo se quedó allí, con la taza de café en la mano, su reflejo atrapado en el mármol pulido de la encimera. El vapor de la taza se elevaba en espirales y se desvanecía en el silencio.
Jennifer lo observaba desde donde estaba sentada en la encimera, con las piernas colgando libremente, la taza caliente entre sus palmas. Podía verlo — el cambio en él. Una rigidez silenciosa asentándose sobre sus hombros. La clase que un hombre lleva solo cuando está a punto de enfrentar a un fantasma.
Entonces, por fin, dejó la taza con un suave tintineo.
—Hazla pasar —dijo.
Carlos inclinó ligeramente la cabeza, su voz cargada con el peso de la comprensión. —Sí, señor.
Desapareció por el pasillo, y el suave eco de su retirada parecía hacerse más fuerte con cada paso.
Vincent permaneció inmóvil. Su expresión indescifrable. La luz dorada que se filtraba por las amplias ventanas de la cocina trazaba su rostro — mandíbula tensa, labios apretados, ojos desenfocados. Hab