La lluvia azotaba afuera. Una tormenta siseante que lloraba en torrentes pesados. Dentro, las voces se amortiguaban. Las sábanas se arrugaban. La cama se agitaba con el peso de dos amantes—or dos adúlteros.
Tracy soltó una risita suave, casi riendo. El hombre encima de ella mordió juguetón su oreja. Ella gimió. Sus ojos brillaron. Sus cuerpos desnudos—cálidos por la dicha de la intimidad se frotaban suavemente, desprendiendo aún más chispas.
Las sábanas se arrugaron cuando ella se giró. Susurró: —Te quiero. —Su aliento caliente en sus oídos. Una sonrisa maligna destelló en su rostro. Su cara descendió, sus labios plantando un beso en los de ella. Él susurró: —Pensé que odiabas a los hombres viejos. —La provocó.
Un brillo travieso destelló en sus ojos. Ella metió la mano bajo las sábanas y agarró su polla. —No cuando son así de grandes. —Su palma se movió de un lado a otro alrededor de su polla. El cuerpo de él se estremeció por la sensación.
Ella conocía su debilidad y cómo explotarla