—¡No puedes hablar así, madre! —le grité, con la voz temblando de ira contenida.
—¡Claro que puedo! —replicó con frialdad—. Ahora más que nunca estoy segura de que fue un completo error apoyar ese matrimonio. Esa mujer solo busca adueñarse de tu fortuna.
Me costaba reconocer a la mujer frente a mí. No era solo dureza, era desprecio. Un juicio cruel e injusto.
—¿Has perdido la cabeza? ¡Ni siquiera conoces a Kate para hablar así de ella!
—Si ya tienes la custodia de Azad, ¿qué esperas para divorciarte de ella?
—No es tan fácil como crees. No puedo hacerlo ahora, podrían quitármelo otra vez.
—Entonces, ¿qué es ella para ti? ¿Un trámite?
—Tú no sabes nada madre y tampoco te lo diré porque basta con lo que sabemos y sentimos ella y yo.
—Sé suficiente. Tiene esa sonrisa manipuladora y el descaro para ocupar un lugar que no le corresponde.
—Tú no tienes derecho a decidir quién sí y quién no en mi vida —me crucé de brazos, pero por dentro estaba quebrado —. No me divorciaré de Kate porque de