—¿Así va tu matrimonio? —preguntó Azucena con el ceño fruncido, removiendo el café con una cucharita de plata.
Mariam soltó un suspiro largo, vencida.
—Como una nevada perpetua... Helado. Frío. Inmóvil. No sé qué estoy haciendo mal. A veces me sonríe. A veces me ignora. Y yo... ya no sé si estoy empezando a sentir cosas o si solo quiero que me vea.
Azucena la observó en silencio por unos segundos, luego sonrió con picardía.
—Vamos. Te voy a enseñar cómo hacer que un hombre deje de ver a su esposa como una sombra y empiece a verla como lo que es: una mujer. Viva. Real. Deseable.
Mariam abrió los ojos, sobresaltada.
—¿Qué piensas hacer?
—Darte un cambio de look, mi querida. Ya es hora de que dejes de parecer su empleada. Y empieces a parecer su mujer.
—¿Estas segura de que es una buena idea?
—Por completo —respondió con una sonrisa coqueta.
Horas después, Mariam se encontraba frente a un espejo en una boutique elegante. El vestido que Azucena había elegido para ella era más corto de lo