Aghata golpeó la mesa con rabia. Su rostro estaba desencajado por la ira. La madera crujió bajo la fuerza de su puño cerrado, y los papeles que había sobre el escritorio salieron volando como mariposas asustadas.
—¡Maldita sea! —gritó—. ¡Esa estúpida de Mariam siempre quiere hacerse la santa! ¡Pero es tan sucia como yo, solo que lo disimula mejor!
Dio un par de pasos por la habitación, como una fiera enjaulada. Su mirada estaba clavada en el ventanal, pero no veía el jardín de rosas, sino el rostro de su hermana, siempre tan confiada, tan segura de sí misma. Siempre rodeada de gente que la protegía.
—Kitty y mi tía solo querían cuidarla —murmuró—. ¡Y ella nos traicionó!
Su respiración se volvió pesada. Las cosas se le estaban saliendo de control. Mariam tenía el favor de la familia Thompson y con eso era mas que suficiente. Con eso movería montañas con solo ordenarlo. Tenia dinero, fama y poder,
“¿Y yo qué? ¿Dónde quedo yo?”, pensó Aghata con amargura.
Mientras tanto, en otro lado de