Mariam abrió la puerta de su habitación con la intención de descansar, pero se quedó paralizada al ver la silueta de un hombre sentado en el borde de su cama. Era Demian. Llevaba puesto un buzo gris y unas tenis deportivas, su postura era relajada, pero sus ojos hablaban de todo, menos de calma.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, cruzándose de brazos, intentando ocultar el temblor que le recorría el cuerpo.
Demian se levantó lentamente, caminó hasta quedar frente a ella. Una sonrisa suave adornaba su rostro, una mezcla de ternura y nostalgia.
—Todavía me amas, Mariam… y yo estoy loco por ti. ¿No crees que eso es más que suficiente para empezar de nuevo?
Mariam desvió la mirada, su corazón latía como loco, pero su mente aún no podía olvidar las heridas.
—No lo sé —susurró.
Demian no insistió. En cambio, metió la mano en el bolsillo de su buzo y le extendió un sobre blanco.
—Si de verdad me amas… ve a ese lugar —dijo en voz baja, como si temiera romper el momento.
Después, se inclinó y d