El auto de Mariam se detuvo frente a un camino iluminado por faroles cálidos y titilantes. Sus ojos se abrieron con asombro al ver el sendero cubierto de pétalos de rosas rojas que se extendía frente a ella como si la estuviera guiando a un mundo mágico. El aire estaba impregnado con un aroma dulce y envolvente, como si la misma noche susurrara secretos de amor.
Un joven vestido con camisa blanca y corbata negra la esperaba a unos metros. Hizo una pequeña reverencia y le indicó con una sonrisa suave:
—Por favor, siga el camino de pétalos.
Mariam bajó del auto con el corazón palpitando como un tambor. Su mente se negaba a creer lo que sus ojos veían. No podía imaginar lo que estaba a punto de ocurrir, pero algo en su interior le decía que este momento sería inolvidable.
Avanzó con pasos lentos, casi temerosos, como si el sendero pudiera desvanecerse en cualquier instante. A cada paso, las luces ocultas entre las plantas se encendían una a una, creando una atmósfera íntima, mágica, impo