Demian se subió a su coche sin decir una palabra más, dejando atrás el silencio pesado de la mansión. El motor rugió y, con una mirada fija hacia adelante, arrancó con determinación. Mientras el coche se alejaba, Mariam se asomó a su balcón, observando cómo el vehículo de su esposo se desvanecía en la distancia. El dolor en su pecho no desaparecía; solo se intensificaba con cada segundo que pasaba sin él a su lado. Claudia había logrado lo que siempre había querido: sembrar la duda y problemas.
Mariam apretó los puños con fuerza, deseando que todo se resolviera de alguna forma, que su corazón dejara de doler. Sabía que Demian no veía lo que realmente ocurría. Claudia se había infiltrado nuevamente en sus vidas y él, cegado por su ego y su historia con ella, no lograba ver la tormenta que se desataba en su matrimonio.
Mientras tanto, Demian conducía, su mente llena de pensamientos oscuros y contradicciones. Condujo hasta un bar, estacionó el coche en la acera y, al salir, se dirigió ha