El camino de regreso a la mansión Thompson fue un trayecto tenso y cargado de un silencio insoportable.
Mariam iba sentada junto a la ventanilla, con la mirada perdida en la oscuridad de la noche que desfilaba al otro lado del cristal. Su expresión era seria, impasible, como si quisiera borrar todo lo ocurrido en las últimas horas.
A su lado, Demian mantenía la mandíbula apretada, una vena marcada en la sien, las manos cerradas en puños sobre las piernas. No había pronunciado una sola palabra desde que salieron de la comisaría. Su orgullo herido y la rabia contenida le impedían pensar con claridad. La escena en el café, las fotos filtradas, la pelea, la mirada fría de su esposa... todo le revolvía el estómago.
En el asiento delantero, el joven Figueroa, su asistente y hombre de confianza, no podía evitar mirar por el retrovisor a la pareja en silencio. La tensión era tan espesa que casi podía cortarse con un cuchillo. Tragó saliva con nerviosismo antes de atreverse a hablar:
—¿Están b