Meses después
Mariam se miró al espejo con una sonrisa tranquila. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer serena, enamorada y, sobre todo, feliz. El vestido blanco que llevaba puesto era un espectáculo de capas de tul suave y delicado, que la hacían ver como una princesa salida de un cuento de hadas. Su piel brillaba con ese resplandor especial que sólo tienen las mujeres que han conocido el amor verdadero y han vencido todas las batallas para alcanzarlo.
Azucena, de pie junto a ella, no pudo evitar soltar algunas lágrimas. Con la voz entrecortada le dijo:
—Estás tan hermosa, Mariam… Nunca vi una novia tan radiante.
—Este día es uno de los más importantes de mi vida —respondió Mariam, emocionada, mientras dirigía la vista hacia el jardín de la finca familiar.
A través de las ventanas, podía ver cómo los invitados comenzaban a llegar. Eran muchos, tal vez más de los esperados. El jardín estaba adornado con luces cálidas, flores blancas y una elegante alfombra clara que marcab