El rugido del motor era lo único que rompía el silencio dentro del auto. Demian observaba a su hijo desde el asiento trasero, intentando disimular la tensión que lo carcomía por dentro. Liam, inocente, miraba por la ventana sin percatarse del peso que caía sobre los hombros de su padre. El chofer mantenía la vista fija en la carretera, mientras dos vehículos de escoltas avanzaban discretamente detrás de ellos.
Demian había tomado todas las precauciones posibles. No iba a permitir que nada ni nadie pusiera en peligro a su hijo. Kitty estaba suelta, y eso lo mantenía en un estado de alerta constante.
Cuando el auto se detuvo frente a la escuela, Demian bajó con Liam, lo tomó de la mano y lo acompañó hasta la entrada. Dos guardaespaldas se posicionaron estratégicamente, vigilando cada rincón. El pequeño, ajeno a la tormenta, le dio un beso en la mejilla antes de entrar corriendo hacia sus compañeros.
Demian lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista. Un nudo se apretó en su garganta