Agatha respiró profundamente, tratando de que el temblor de sus manos no la delatara. Esa mujer la tenia en sus manos.
—Deberías ir tú misma —soltó con ironía, como un veneno que le quemaba la lengua—. Serás bien recibida.
El gesto de Kitty se endureció de inmediato. Sus ojos, oscuros y llenos de odio, brillaron con furia. Sin pensarlo, presionó con más fuerza el arma contra el cuello de su víctima.
—No te hagas la graciosa —escupió con voz áspera—. Dile a esa estúpida que estoy más cerca de lo que piensa. Y cuando menos lo espere, las mataré a ambas.
Las palabras fueron un látigo que desgarró el aire. Agatha, ardiendo de rabia, no pudo contenerse.
—¡Maldita víbora! —replicó con furia.
Intentó levantarse con brusquedad, dispuesta a plantarle cara, pero no lo logró. Kitty, con la rapidez de una fiera, descargó un golpe seco con la culata del arma contra su rostro.
Un chasquido brutal resonó en su cabeza, y el mundo dio vueltas. El dolor fue inmediato, punzante. Agatha cayó al suelo con