La tienda estaba llena de aromas dulces, música suave de fondo y vitrinas repletas de vestidos que valían más que el salario mensual de muchos. Kitty se paseaba entre los percheros con el porte de una reina. Su manicura perfecta rozaba las telas de seda mientras un vendedor le mostraba las últimas colecciones. Quería lucir impecable, deslumbrante. Hoy invitaría a Demian a almorzar y debía lucir como la mujer perfecta que merecía tener a su lado.
Escogió un vestido ajustado color burdeos con un escote discreto y una caída elegante, el tipo de prenda que sugería clase, pero con un toque de seducción.
Estaba a punto de llevarlo al probador cuando sus ojos captaron una figura familiar.
Allí estaba Claudia Moreno, parada frente al espejo, con un teléfono pegado al oído y unas gafas oscuras que no ocultaban su arrogancia. Llevaba unos tacones carísimos en las manos y revisaba su maquillaje en el reflejo mientras reía entre dientes con quien fuera que hablara.
Kitty entrecerró los ojos.
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