Mariam presionó el botón del ascensor con el ceño fruncido. Llevaba en las manos varios documentos que debía entregar en el piso superior. Estaba agotada, pero se negaba a mostrarlo. Apretó los labios al sentir cómo el ambiente seguía siendo hostil desde su confrontación con Demian.
Las puertas del ascensor se abrieron y entró sin esperar compañía. Pero justo cuando las puertas estaban por cerrarse, una mano se interpuso.
Rolando.
Entró con paso relajado, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Vestía un traje oscuro impecable, y su mirada recorrió a Mariam de pies a cabeza sin disimulo. Luego sonrió con un deje de ironía en los labios.
—¿Quieres volverlo loco? —dijo, con voz grave y un tono que rozaba lo burlón—. Por mí está bien… pero tu esposo te quiere fuera de este lugar.
Mariam lo ignoró. Clavó la mirada al frente, el rostro sereno como una máscara. No iba a caer en provocaciones, y mucho menos iba a darle espacio a uno de los enemigos más cercanos de Demian.
—¿Ahora no hablas