Demian salió de su oficina como un huracán disfrazado de hielo.
Sus pasos firmes resonaban en el mármol mientras la rabia, el desconcierto y una punzada extraña —que no quería nombrar— le recorrían el cuerpo.
La vio junto al ventanal, con unos documentos en las manos, conversando con Sofía y otro ejecutivo. Reía.
Reía como si no cargara una cicatriz nueva en el alma. Como si él no la hubiese aplastado con sus palabras.
Y se veía… perfecta.
El conjunto abrazaba sus curvas; su cabello caía sobre los hombros con una elegancia que cortaba el aire. Cada gesto, cada palabra, cada movimiento gritaba confianza.
Ya no era la Mariam callada de antes.
Esta mujer tenía fuego en los ojos.
Y eso lo sacaba de quicio.
Se acercó sin pensar. La tomó del brazo con firmeza, ignorando las miradas, y la arrastró hasta su oficina.
—¿Puedo saber qué demonios haces aquí? —soltó con voz baja y tensa, cerrando la puerta de golpe tras ellos.
Mariam no se inmutó.
—Trabajo. ¿Algo más?
—¿Trabajo? —soltó una risa am