Esa tarde, el cielo gris reflejaba con precisión el estado de ánimo de Demian.
Condujo en silencio, con la mirada fija en el camino, mientras Claudia permanecía sentada a su lado, fingiendo temblores, apretando las manos sobre el regazo como si aún estuviera traumatizada por un asalto que jamás ocurrió.
—No quiero causarte problemas con tu esposa —murmuró, en tono supuestamente culpable—. Se veía molesta…
—Solo estoy intentando ayudarte —respondió él, sin apartar los ojos del volante.
—Gracias… En realidad no lo merezco. No he sido una buena persona.
Claudia bajó la mirada, fingiendo vergüenza. Pero en realidad, lo único que evitaba era mirar de frente ese rostro lleno de cicatrices. Las marcas del accidente aún la hacían estremecer por dentro. Sintió asco, aunque por fuera aparentaba ternura.
Tenía un plan. Y ese plan requería fingir amor.
Cuando el coche se detuvo frente al edificio donde vivía, Claudia bajó sin esperar a que Demian le abriera la puerta. Caminó con pasos torpes, dej