La luz de la madrugada apenas comenzaba a teñir de gris los bordes del cielo cuando Demian irrumpió en la habitación.
—Mariam… despierta. —Su voz era urgente, baja, pero cargada de una tensión imposible de ignorar.
Ella abrió los ojos lentamente, confundida. El cuarto estaba en penumbras, el reloj apenas marcaba las dos de la madrugada.
—¿Qué pasa? —murmuró, incorporándose de la cama—. ¿Qué haces? ¿Por qué estás tan agitado?
—Empaca tus cosas —dijo él sin rodeos—. Tenemos que irnos. Ahora.
—¿Qué? ¿Estás loco? Liam está dormido, no vamos a ningún lado a esta hora. ¿Qué estás diciendo?
Demian se acercó, el rostro tenso, los ojos cansados, pero resueltos.
—Es peligroso. Alguien estuvo tomando fotos del edificio esta noche. Están vigilando. Y luego recibí esto —le tendió el teléfono.
Ella lo tomó con recelo, y al leer el mensaje de Claudia, su cuerpo entero se tensó.
—¿Claudia? —soltó con furia—. ¿Ahora confías en ella? ¿Después de todo?
—No confío en ella —contestó rápido—. Pero Claudia