Gabriel contemplaba desde la pantalla cómo el fuego devoraba el departamento de su jefa. Las llamas se alzaban como lenguas sedientas, consumiendo cada rincón con furia, con rapidez. Las sirenas de los bomberos ya resonaban a lo lejos, pero sabía que no llegarían a tiempo. La estructura colapsaría.
Su mandíbula se tensó.
Entonces… Claudia tenía razón.
Ella lo había advertido. Y aunque en un inicio Gabriel pensó que era una trampa, ahora no quedaban dudas. Rolando quería hacer desaparecer a Mariam… y a su hijo.
Con manos temblorosas, sacó su celular y llamó a su jefa. Ella contestó al segundo timbrazo.
—¿Qué pasó? —su voz, fría al principio.
—El departamento… lo incendiaron. Lo perdimos todo —dijo Gabriel con la voz seca.
Hubo un silencio tan largo que pensó que la llamada se había cortado. Pero de pronto, un grito cargado de rabia estalló por el auricular.
—¡¿Estaba dispuesto a dañar a mi hijo?! —vociferó, como si necesitara escuchar la atrocidad en voz alta para comprender su magnitu