La mañana era fría, pero la determinación que brillaba en los ojos de Mariam Smith era fuego puro.
Frente a ella, el edificio de la antigua empresa Smith lucía gris, olvidado y decadente, como un castillo caído en desgracia. Las letras del cartel principal estaban oxidadas, la pintura descolorida, las ventanas sucias. Años atrás, ese lugar fue un símbolo de respeto. Ahora… era solo una sombra de lo que alguna vez representó.
Mariam bajó del auto con su pequeño en brazos, mientras su nuevo hombre de confianza, Gabriel Villalba, un ejecutivo de rostro serio y mirada analítica, la seguía de cerca revisando información desde su tableta.
—¿Qué opinas? —preguntó ella, mientras sus tacones resonaban sobre el concreto agrietado.
Gabriel observó el edificio por un segundo. Luego miró al niño en brazos de Mariam —tan parecido a su madre como a ese apellido prohibido que todos fingían no recordar—, y asintió con serenidad.
—Puede salvarse… pero requerirá trabajo. Mucho trabajo. Y decisiones firm