La oficina de Demian se encontraba sumida en un silencio abrumador. Afuera, la ciudad vibraba con el sonido del tráfico y las prisas cotidianas, pero allí dentro, el tiempo parecía haberse detenido. Él estaba sentado frente al ventanal, mirando hacia la nada, con los ojos vidriosos y la mandíbula apretada.
En su escritorio, un portarretrato yacía boca abajo. Lo había tirado sin querer en medio de su desesperación. Lo levantó con lentitud. Era una foto vacía, sin vida. Una mentira disfrazada de matrimonio. Una ilusión que se había derrumbado hacía mucho… solo que no había querido aceptarlo.
—Tengo un hijo… —murmuró, como si aún no pudiera creerlo—. Y no estuve ahí para verlo dar sus primeros pasos… ni decir su primera palabra…
La culpa lo devoraba por dentro.
Había cometido errores, sí. Pero este era monumental. Había vivido con la mujer equivocada, en una casa vacía, mientras la verdadera madre de su hijo cargaba sola con todo.
La tarde caía sombría sobre la ciudad. El cielo estaba cu