Por unos segundos Sofia, no supo si seguía viva. El olor a gasolina y humo llenó sus pulmones. Tosió, aturdida, con un hilo de sangre bajando desde su frente.
Sus ojos buscaron a tientas la manija de la puerta. Su cuerpo temblaba. El dolor era intenso. El hombro derecho estaba completamente amoratado, y tenía una herida abierta en la ceja. Pero no pensaba quedarse allí.
—No… no voy a rendirme… —murmuró, con la voz ronca.
Empujó la puerta con esfuerzo, pero estaba trabada. Entonces se inclinó hacia el lado del copiloto y logró salir arrastrándose por la otra puerta, que se había abierto por el impacto. El frío de la noche le quemó la piel mojada y ensangrentada.
Cayó sobre el asfalto, jadeando.
Una motocicleta pasó a lo lejos sin detenerse. Nadie había visto nada. Nadie la había seguido. Todo había sido calculado… en silencio. Con precisión.
—¿Quién… fue? —susurró, con rabia.
No era un accidente. Lo sabía. Alguien había manipulado su auto. Y quien fuera, la quería muerta.
Pero no había