El restaurante era de lujo, ubicado en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Todo estaba diseñado para la discreción: luces tenues, música instrumental de fondo y camareros que sabían cuándo alejarse.
Rolando ya estaba en su mesa privada, revisando su copa de vino con la misma calma con la que planificaba sus jugadas más sucias. Unos minutos después, Claudia apareció, impecablemente vestida, con gafas oscuras que ocultaban sus intenciones, pero no su sonrisa venenosa.
Se sentó frente a él con un suspiro elegante.
—Espero que valiera la pena citarme aquí. Estaba en medio de un masaje —dijo, sin ocultar su sonrisa.
Rolando sonrió con arrogancia. Coloco unos pendientes de diamantes frente a la joven.
—Siempre vale la pena cuando se trata de nosotros mi amor —dijo, haciendo un ademán para que el camarero se acercara y sirviera.
El silencio reinó unos segundos, hasta que Claudia soltó sin preámbulo:
—Intentaste asesinarla, ¿no es verdad? Te conozco, esto tiene tu sello.
La sonris