Era de mañana, y la brisa suave se colaba por la ventana abierta, moviendo las cortinas blancas con lentitud. El sol apenas comenzaba a iluminar el cielo, tiñéndolo con tonos cálidos de naranja y rosa. La tranquilidad contrastaba con el caos de la noche anterior.
Demian ingresó a la habitación del hospital con una taza de café caliente en la mano. Mariam estaba sentada en un pequeño sofá junto a la pared, con los ojos cansados y el alma todavía sacudida por lo vivido. Él se la ofreció con una sonrisa tenue, buscando reconfortarla.
—Gracias —susurró ella, recibiendo la taza con manos temblorosas.
El silencio entre ambos no era incómodo, era denso, cargado de emociones contenidas.
Aghata dormía profundamente en la cama. Tenía el rostro pálido, pero su respiración era estable. Al costado de la cama, un oficial permanecía de pie, vigilante. Una de las manos de Aghata estaba esposada al barandal metálico. Aunque había salvado la vida de su hermana, debía enfrentar las consecuencias de su p