Mariam había rendido su declaración esa mañana. Demian la había acompañado como siempre, firme a su lado. Las pruebas eran contundentes, había suficiente evidencia para hundir a Kitty y a Gloria. Esta vez, la justicia estaba de su parte. Al salir del juzgado, el ambiente era distinto. La tarde tenía una calma especial. El cielo era claro, el sol cálido, y la brisa parecía acariciar los rostros con dulzura.
Liam, su pequeño, iba sentado sobre los hombros de su padre, comiendo gomitas con una sonrisa tan amplia como el mundo. Mariam no podía evitar mirarlo con ternura. Le parecía increíble que, después de todo lo que habían pasado, pudieran vivir una tarde así de simple, pero tan llena de paz.
—Se siente tan bien caminar sin preocupaciones —comentó Mariam mientras entrelazaba sus dedos con los de Demian.
—Lo sé —respondió él, mirándola con admiración—. ¿Y qué pasará con tu hermana?
—Bueno —respondió con un suspiro—, Agatha aceptó su culpabilidad por tráfico de drogas. Por eso le reducir