Demian llegó al edificio con el corazón acelerado. Las luces de las patrullas parpadeaban en la entrada principal, iluminando la calle con destellos rojos y azules. Una multitud de periodistas y curiosos se agolpaba detrás de las cintas de seguridad, empujando y murmurando con insistencia. El caos reinaba.
Sus ojos se endurecieron al ver a Rolando esposado, arrastrado sin piedad por dos agentes uniformados. Su rostro estaba desfigurado por la rabia, la camisa desgarrada y manchada de sangre en la manga. A pesar de su estado, levantó la cabeza con una mueca de burla al ver a su sobrino acercarse.
—¿Vienes a salvarla, no es verdad? A arrastrarte a sus pies como un idiota... —escupió con desprecio, mostrando una sonrisa torcida.
Demian le dedicó una mirada helada, implacable, que podría haber congelado a cualquiera en su lugar.
—¿Qué fue lo que le hiciste...? —preguntó en un tono bajo, amenazante.
Rolando rio con amargura, una carcajada que desgarró el aire y atrajo aún más la atención d