La mañana era fresca y tranquila en el café más exclusivo de la ciudad. Las suaves notas de un piano de fondo creaban un ambiente de aparente paz, pero la señora Elizabeth Thompson sabía que esa calma era solo una máscara, igual que la del hombre con quien debía reunirse.
Tomó un sorbo de su café con elegancia mientras esperaba. Su semblante era firme, pero sus ojos reflejaban una profunda molestia. No soportaba tener que verse obligada a hablar con Rolando… pero la familia debía mantener cierta imagen, y él se estaba encargando de destrozarla.
Un leve murmullo entre los presentes hizo que girara el rostro. Rolando acababa de entrar al café, con la misma arrogancia de siempre, flanqueado de periodistas que lo seguían como moscas al panal. Sus cámaras parpadearon una vez más antes de que el guardia de seguridad del local los ahuyentara con gestos bruscos.
—Cuñada… —saludó Rolando con fingida cortesía mientras se acercaba a la mesa—. Siempre es un placer verte.
Elizabeth alzó la mirada,