—Mi hija, no la volverás a ver en tu miserable vida, así que vete y déjanos en paz.
—¡No! —replica con dureza, y noto por su manera de hablar que está borracho, lo que me rompe aún más—. No me iré de aquí sin hablar con ella, no me iré sin verla una última vez.
—Última advertencia, vete de inmediato o llamo a la policía.
—Llámalos, no me importa, lo único que me importa es ella —dice, y en ese instante se oye el sonido de un frasco de vidrio estrellándose, lo que me alerta.
Sin darme tiempo a pensar, bajo las escaleras rápidamente para comprobar que no haya pasado nada grave.
—Señor, creo que… —escucho decir a otra persona cuando llego al pasillo del vestíbulo, y esa voz masculina me resulta muy familiar.
—¡Suéltame! —lo oigo gritar más claro ahora que estoy más cerca y a pocos pasos de la puerta.
—¡Juliette, sé que estás escuchando! ¡Ven! —exige, haciéndome estremecer.
Mi madre se mantiene firme junto a la puerta, volviéndose para mirarme.
—Mamá —digo, al verla frente a la entrada.
—