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—No puedo prometer algo que no sé si voy a cumplir.

—Lo harás, así que prométemelo, Juliette.

—Lo prometo —dije, convencida en ese instante mientras ella volvía a rodearme con sus brazos—. Chloé, ¿y Diane?

—Estaba hablando con el médico cuando yo entré, me pidió que pasara primero.

—Entiendo —respondí, y justo entonces la puerta se abrió, dejándome ver al hombre que supuse era mi doctor.

—Juliette Moreau —me llamó el doctor al entrar en la habitación, seguido muy de cerca por mi madre.

—Mi niña —exclamó Diane apresurándose hacia mí—. Mi amor, no sabes lo agradecida que estoy de que estés bien. Estuve a punto de perder la cabeza, Juliette.

—Lo siento, mamá.

—No, perdóname tú, hija, por no haber estado a tiempo —se reprochó—. Todo por salir a ver esas malditas plantas que…

—Mamá, no fue tu culpa —la detuve—. Ni tampoco la de las plantas.

Arranqué una sonrisa de todos en medio de aquel amargo momento.

—Bien, Juliette —intervino el doctor—. Por fortuna expulsaste todo el líquido que tenía
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