Joaquín
El doctor Ríos apareció con el rostro cansado, pero su expresión era seria, profesional.
No podía leer nada en su mirada, lo que hizo que mi pecho se encogiera aún más. Me puse de pie de inmediato, con mi madre aferrándose a mi brazo.
—Doctor —mi voz apenas salió—. ¿Cómo están?
Ríos exhaló despacio antes de hablar.
—La señora Salinas salió de la operación, pero su estado sigue siendo delicado. Hubo una gran pérdida de sangre y su cuerpo está muy débil. En este momento, está sedada y entubada.
Sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies. El vacío que sentía en el pecho era indescriptible.
—¿Pero… va a despertar? —pregunté con desesperación.
—Haremos todo lo posible, señor Salinas —respondió con voz calmada—. Su esposa es fuerte, pero debemos esperar. Las próximas horas serán cruciales.
Apreté los puños, un nudo de angustia me oprimía el pecho.
Mi madre sollozó a mi lado, llevándose las manos a la boca.
—¿Y el bebé? —susurré la pregunta.
El doctor hizo una pausa antes de mo