CamilaRomina no paraba de caminar de un lado a otro de la habitación. Así como no podía dejar de mover sus manos, agitándolas mientras hablaba.—¡Te juro, Cami, que solo quería probarlo! —decía con desesperación—. Solo un par de gotitas para ver si Felipe aguantaba el calorcito o si se iba directo a buscar a otra mujer. Pero... ¡creo que me pasé!Yo estaba sentada en la cama, sosteniéndome el abdomen. No podía más. Las lágrimas de risa caían por mi rostro, y cada vez que intentaba decir algo, otro ataque de risa me interrumpía.—¿Pusiste más gotas de lo que te dijo mi suegra? —logré decir entre carcajadas—. ¡Por Dios, Romi, eso es un cóctel letal!—No me digas —murmuró llevándose las manos a la cara, avergonzada—. Todo estaba bien hasta que llegamos a tu casa. Estábamos... ya sabes, haciéndolo... o casi... cuando de repente ¡BANG! Un disparo... en su trasero.Eso fue todo lo que necesité para que mi risa se convirtiera en una especie de alarido histérico. Me incliné hacia adelante
Joaquín Cuando salí de la sala de emergencias, aún con los gritos dramáticos de Felipe pidiendo más morfina resonando en mis oídos, sentí que necesitaba un café. O varios.Caminé a la cafetería del hospital. Estaba por entrar cuando algo, o mejor dicho, alguien, me detuvo en seco.Victoria.De inmediato me aparté de la puerta y me giré hacia un costado, observándola sin que me viera. La rabia me recorrió el cuerpo con cada paso que ella daba. Desde que apareció con su falso embarazo, me había hecho perder demasiado tiempo, y ahora estaba aquí. En un hospital.Si venía a seguir con su teatro, tal vez estaba a punto de cometer su peor error.La seguí por los pasillos del hospital, manteniendo la distancia suficiente para que no me viera. Su andar era seguro, como si estuviera en una pasarela y no en un hospital.La observé detenerse frente a un consultorio. Ginecología y Obstetricia.Mis ojos se entrecerraron. "Interesante."Victoria se acercó a la recepcionista con una sonrisa radi
Angélica El coche se detuvo frente a la entrada del hospital, y apenas miré por la ventana, sentí cómo la presión me bajaba de golpe.—¡Ay, Diosito! ¿Por qué me trajeron acá? —murmuré, llevándome una mano al pecho—. Esto no puede ser nada bueno…Salí del auto tambaleándome un poco, con el corazón latiéndome en la garganta. Nadie me había dicho por qué me llevaban al hospital. ¿Había pasado algo con Camila? ¿Con Joaquín? ¿Felipe había terminado muerto después de tomarse las gotitas?"Finge demencia, Angélica... Alega que se te escapó un tornillo... O tal vez Alzheimer," me preparé mentalmente, "¡Sí, eso mismo!""Angélica estás perdiendo el toque" dijo esa vocecita en mi cabeza con sarcasmo. Me imaginé frunciendo el ceño y mirándola fastidio."Si Felipe hubiera estirado la pata, estarías esposada y rumbo a una celda..."Me abrí paso por la entrada, sin saber a dónde demonios ir, cuando vi a Romina esperándome con los brazos cruzados y una sonrisa tranquila en los labios.—Venga, Cami
AmyMe desperté con una sonrisa, sintiendo la emoción burbujeando en mi pecho. Hoy será un gran día.Me giré en la cama y vi a Nathan ya despierto, mirando el techo con una expresión calculadora.—¿Listo? —le pregunté en un susurro.Él giró la cabeza hacia mí y sonrió con complicidad.—Listo.Nos levantamos en silencio, asegurándonos de que el donador y la bruja seguían roncando en su habitación. Según nuestros cálculos, teníamos una hora antes de que despertaran... suficiente para ejecutar nuestro plan maestro.Nos dividimos las tareas: Operación “Transformación del Monstruo”Saqué el frasco de tinta corporal de la mochila y lo vertí en el gel de ducha y en la pasta dental. Con suerte, cuando Morgana se bañara, saldría con la piel de un hermoso tono verdoso o azul, dependiendo de la cantidad que usara.Después, tomé el frasco de purpurina y abrí la grifería de la ducha como habíamos planeado. Nathan me había prestado una llave inglesa que habíamos encontrado en el garaje. Aunque
Joaquín No tenía fuerzas ni ganas de separarme de mi mujer. No quería dejar de compartir con ella toda la felicidad que yo estaba sintiendo en ese momento.Su cabeza estaba apoyada en mi hombro. Mi mano acariciaba su cabello. Dejaba besos en su cabeza de vez en cuando. —Todavía no me lo creo —susurré emocionado, mientras trazaba círculos invisibles en su vientre—, que ahí dentro está nuestro bebé.Mi reina levantó la mirada y me regaló esa sonrisa con la que lograba hacerme olvidar de todo lo demás...—Todavía ni se nota —dijo con una risita, colocando su mano sobre la mía—. Pero parece que tú ya lo imaginas.—Lo imagino todo, mi reina —respondí, besando su frente—. Imagino cuando comience a notarse la panza... cuando pueda sentirlo moverse —sonreí como un tonto, pensando en ese momento—, cuando al fin lo tengamos en brazos. Tú, yo, el bebé, Amy y Nathan, nuestra familia completa...Seguía acariciando su vientre. Me gustaba pensar que nuestro pequeño podía sentir que estaba ahí, p
Ramiro El sudor me resbalaba por la nuca mientras miraba a través de las puertas de vidrio del aeropuerto. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos... Y parecían demasiado intimidantes.Me había dicho que jamás volvería. No me lo podía permitir... Si Joaquín o peor, Socorro me veían.Mi corazón latía con fuerza. "Aquí no solo dejé recuerdos... dejé problemas. ¡Grandes problemas!"Apoyé la frente contra el cristal y cerré los ojos.Flashback El teléfono vibró sobre la mesita. Me lancé sobre él como si se me fuera la vida, viendo en la pantalla el nombre de Margot. —¿Hola? —contesté, tratando de sonar relajado, aunque estaba a un paso de hiperventilar.—¿Qué es esa manera de responder? Se dice “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”… ¿¡pero hola!? —me regañó con su voz firme al otro lado, ese tono autoritario que siempre me hacía enderezar la espalda.Tragué saliva. Tenía volver hablar, pero sabía que mi silencio la podía enfurecer más.—¿Cómo estás? —pregunté temeroso,
Socorro ¡Maldita sea! ¿Cómo era posible que esa bestia musculosa apareciera justo en ese momento? Nunca la había visto en mi vida, pero la forma en que me miró... Me obligó a salir de allí antes de tiempo.¿Y Ramiro...?—¡Maldito cobarde! —espeté, pateando una lata vacía en la calle."Si esa rata de alcantarilla habla, estaré aún más jodida."La policía ya estaba encima de mí. Todo por culpa de mi querido hermano.Me metí en un callejón, respirando con dificultad. Busqué el teléfono en mi bolso. Las uñas impecables que solía lucir ahora estaban hechas un desastre.Intenté llamar a algunas “amigas” del club.Probé primero con Mariela.Nada."¡Maldita perra… Hipócrita!"Después con Marcela.—¿Socorro? Estoy ocupada, no puedo hablar.Clac. Cortó.—¡Malditas putas! —grité, arrojando el teléfono contra la pared, pero lo recogí enseguida. Era lo único que me quedaba.Apoyé la espalda en el muro, respirando hondo. "Piensa, Socorro. Piensa.""Si tuviera dinero, todo sería más fácil. Podrí
Camila —Te ves mucho mejor, mi reina —dijo con esa sonrisa que me derretía—. Y más hermosa que nunca.Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.—No digas tonterías, Joaquín. Llevo días aquí, con esta bata horrible.Se cruzó de brazos y me sonrió con picardía. Sus ojos se oscurecieron y se relamió los labios.—¿Qué? —pregunté, arqueando una ceja.—Nada… —murmuró, sentándose a mi lado en la cama—. Solo pensaba que te ves increíblemente sexy con esa bata de hospital.—¿Sexy? ¿Con esta bata que parece una cortina de baño?Joaquín soltó una carcajada, pero no dejó de mirarme de esa manera que siempre conseguía que se me aflojara el cuerpo.—No sé, mi reina. Debe ser ese toque “hospital chic” o el brillo de futura mamá. Pero te juro que me estoy controlando porque Tronchatoro puede aparecer en cualquier momento y no quiero que me derribe otra vez.—¡Eres un descarado! —le di un leve empujón en el pecho, pero él atrapó mi mano y la besó con delicadeza.—Lo digo en serio. Estás preciosa.R